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El Previsible

viernes, 28 de marzo de 2008
Ser previsible sólo es una razón para la confianza cuando nos encontramos ante alguien que nos ofrece una trayectoria positiva
Mariano Rajoy suele utilizar la palabra "previsible" para definirse a sí mismo. Ser previsible en política, o en cualquier otro ámbito de la vida, no es un valor en sí. En todo caso no sería un valor comparable, por ejemplo, a la valentía, a la generosidad o a la capacidad de escuchar, de dialogar o de impulsar proyectos compartidos con los demás. Ser previsible, pues, sólo es una razón para la confianza cuando nos encontramos ante alguien que nos ofrece una trayectoria positiva. Y el curriculum de Mariano Rajoy no invita precisamente al optimismo: sus derrotas en las elecciones generales de 2004 y 2008, en todos los debates sobre el Estado de la Nación con el presidente Zapatero, en los debates televisados con el candidato ZP son consecuencia de una forma de hacer política que no cuaja para dar el gran salto, a mi entender, por autoritaria, antisocial y antigua.
A estas alturas sería sorprendente que el Partido Popular asumiese el mensaje que las urnas manifestaron el pasado 9 de marzo, que se libere del los poderosos lastres mediáticos que le maniatan y dirigen, que renuncie al extremismo, que supere su adicción a la crispación, que promoviese una transición interna, que comenzase a abordar su labor con sentido de Estado, que dejase de ser el partido de las fobias (xenofobia, homofobia, catalanofobia...) Sería más que sorprendente, sería un auténtico imprevisto. Un imprevisto más que deseable, un imprevisto necesario para el PP.
Irónicamente, ninguna de las profecías del desastre anunciadas por Rajoy llegó a cumplirse. Ser previsible es una cosa y ser previsor es otra bien distinta. Así, el único desastre llegó donde llegó, esto es, a la calle Génova. Y ahí, en la sede del PP, saben ya muy bien que todo el ruido de la pasada legislatura ha dejado paso al silencio de estos días.

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