Al Orgullo se le han puesto muchos peros. Así, las feroces críticas que desde los sectores más reaccionarios se le han hecho por ser lo que es, una manifestación desenfadada y generosa del deseo de los que vamos a mostrarnos como somos, cada cual a su manera. Es claro que para los fóbicos e integristas religiosos, para aquellos que niegan la igualdad plena, es inadmisible que ocupemos un espacio público. Y es que algunos nos quieren a todas y a todos en el armario y tratan de que no salgamos jamás. Por eso critican la expresión pública de la diversidad que es nuestro mejor activo, es más la fuerza de España está en su diversidad. Se trata, pues, de reivindicar y también de socializar, que para eso es una ManiFiesta.
El Orgullo desarrolla, también, una dinámica pedagógica sobre la valoración e interiorización de la diversidad y la interacción mutua entre quienes participamos en el mismo: heterosexuales, bisexuales, homos, trans, mujeres y hombres, negros y blancos, ateos y creyentes… Ese día reivindicamos, marchamos y bailamos sin importar nuestra procedencia, origen, cultura, orientación e identidad sexual o el color de nuestra piel. Nos juntamos y nos divertimos como en ninguna otra ocasión. De esta forma el Orgullo trasciende y se convierte en la mejor expresión de una realidad que algunos aún no quieren ver, la Sociedad del Arcoiris, una sociedad diversa, participativa, paritaria, mestiza y laica en la que tenemos que caber todas y todos desde la diferencia de cada cual. Está claro que el Orgullo cambia con el tiempo, pero sigue significando lo mismo: que la libertad nos hace felices y esa felicidad nos ayuda a ser más libres. Lo que no cambia es el PP, que sigue negando la igualdad.